Descubrir el placer de escribir y a partir de ello crear mi propio blog, fue parte de un proceso largo pero paciente. La web hoy me permite divagar, expresarme, conocer gente hermosa y por qué no, aprender.
Cuando alguien me pregunta quién soy suelo tardar en responder. Sin embargo, con mucha cautela puedo decir que soy el reflejo de lo que conseguí hacer con mi vida y no lo que la vida ha conseguido hacer de mí. Si tengo que graficar mis 42 años de vida lo más atinado es dividirla en un antes y un después.
El antes: una niña mimada y cómoda cuyo único objetivo era pasarla bien cada día.
El después: la que descubrió el instinto maternal a partir del nacimiento de su único hijo.
El resultado: una mujer que aprendió a transformar sus prioridades personales en puro amor por aquel pedacito de cielo desconocido y adorado a la vez.
Él pasó a convertirse en mi único objetivo. Actuaba como mamá tiempo completo sin reparar en mis propios espacios perdidos aunque, de vez en cuando, sintiera la falta de proyectos propios. Por su parte el crío, como todo hijo único, en sus primeros años de vida habrá experimentado más de una vez alguna sensación de ahogo por mi culpa. Fue consentido y muy mimado, pero de algo estoy segura: no lo he malcriado.
Tanta energía deposité en su formación que cuando comenzó a dar solo sus primeros pasos sentí un gran vacío imposible de llenar. Algo así como “el síndrome del nido vacío” que se produce cuando los hijos se van de la casa.
Nunca me arrepentí del tiempo dedicado a él. Muy por el contrario, sería capaz de actuar de la misma forma una vez más. Sólo que hoy, trataría de compatibilizar todas mis actividades de modo que, sin superponerse entre sí, me permitieran encontrar el perfecto equilibrio.
“Ni tanto ni tan poco” decía mi abuela. ¡Y cuánta razón tenía!
El tiempo perdido no se puede recuperar. Mi hijo va a necesitarme siempre y aunque en muchos casos presencia no significa estar, la vida moderna nos ha llevado a todos a una falta de comunicación que se asemeja bastante a la comida chatarra. No es lo mismo comer que alimentarse. Tampoco sería igual escuchar los reclamos de mi hijo al final del día, que compartir diariamente una charla profunda y sincera que me permita ingresar en su mundo con la misma naturalidad con que, cuando era bebé, le cambiaba los pañales.
Aún comenzando a transitar su etapa más conflictiva, la adolescencia, salí a trabajar. Despejar mi cabeza y a la vez colaborar con la economía del hogar fueron dos excelentes razones para insertarme en el mercado laboral. Sin embargo, mi sensación de vacío seguía estando a flor de piel.
Hace unos años, sin darme cuenta, descubrí que sumando cartas y álbumes familiares había juntado material suficiente como para escribir un libro.
Pero parecía una idea descabellada. Yo, Fabiana, a mis casi 40. ¿Cómo podría ser capaz de imaginar siquiera de qué manera organizar la estructura de todo un libro? ¿Cómo haría para darme letra cuando jamás me había demostrado a mí misma un mínimo de imaginación? ¿Sobre qué podría escribir si a lo largo de mis últimos 12 años sólo me había destacado atendiendo fielmente a mi hijo?
Precisamente aquella fue la idea. ¿Por qué no describir todas mis experiencias en el arte de la maternidad?
Pero había un detalle que cuidar: no pretendía contar los secretos de una mamá dulce y comprensiva. Todo lo contrario. Sentía que lo mejor que podía hacer era narrar mi vida desde el amor pero también desde la soledad dentro de las cuatro paredes de mi casa, desde la incomprensión exterior por sentirme inútil para abordar otras actividades y lógicamente desde la culpa por cargar con ese sentimiento.
A pura improvisación, como las mejores cosas que hice en mi vida, un buen día me senté delante de la computadora y mis dedos respondieron de inmediato. Casi por intuición fueron surgiendo palabras y más palabras que luego iría uniendo para adornar los textos que finalmente conformaron el libro. Mi libro.
Pasaron varias semanas hasta que me animé a blanquear mi nueva actividad con mi familia.
-¿Un qué estás escribiendo? ¿Y para qué?
No me importaba demasiado cuál sería mi objetivo final. Me hacía bien escribir, me sentía plena. Durante aquel tiempo me vi tan entusiasmada con mi proyecto que sólo aguardaba el instante que me acercara a la PC para sentarme a concretar mi sueño.
A partir de ese momento, comprendí cuánto facilita la escritura. Hasta los sentimientos más profundos y jamás pensados afloran cuando se escribe. De no haber sido por mi descubrimiento, estoy segura que hoy, el modo de comunicarme con mi hijo sería absolutamente diferente.
Tanto me agradó el resultado final, que comencé a prestar mi “nuevo retoño” para que lo leyeran mis familiares y amigos. Mi marido me dio el visto bueno y mi hijo se llenó de orgullo por considerarse único protagonista de la historia. Sólo le preocupaba severamente que apareciera su nombre. Su marcado perfil bajo resultaba incompatible con mi necesidad de explicar hasta los más pequeños detalles de su vida. Así fue como lo bauticé “M”, sólo para preservar su identidad.
Lamentablemente para él, tuve que indicarle que el personaje principal del relato no era “M” sino yo, su madre. Al fin y al cabo, sin diplomacias, fue lo más franco que supe decirle para ubicarlo en su lugar y hacerle comprender que no era el centro del mundo.
Aunque en mi interior, para mí lo sea.
Capítulo aparte, traté de ofrecer mi material en diferentes editoriales sin éxito. Los medios de comunicación suelen mantenerse celosamente restringidos de modo que, mi libro y yo anduvimos recorriendo caminos como turistas hablando otro idioma.
No podía quedarme de brazos cruzados. Pero tampoco encontraba la manera de salirme con la mía. Lo único que quería era que mi proyecto llegara a la gente. ¿Cuestión de ego? Es probable, pero estaba dispuesta a tantear distintas alternativas para llegar a mi fin.
Meses después de tanta peregrinación inútil, tuve la ocurrencia de crear un blog sin saber de qué se trataba.
El principal obstáculo se basaba en mi prejuicio. Suponía que los blogs eran la sección basura de Internet. No obstante, a medida que iba publicando mis textos fui encontrando manos que me palmeaban la espalda y me alentaban con una cálida bienvenida cuando aún yo nada sabía de ese nuevo mundo.
A los tumbos, sin ayuda pero sin presiones descubrí la blogosfera como medio de expresión y la verdad, me cambió la vida.
Con el paso del tiempo me sorprendí a mí misma por las cosas que era capaz de expresar. Desde el humor en aquellos contenidos que me producen placer y con mucha ironía al abordar temas que duelen o molestan, mis miedos, mis logros, mis tristezas y mi felicidad son plasmados alternadamente en mi “casa virtual” como yo llamo a mi blog.
Pude advertir una vez más, que la expresión escrita es maravillosa. No es menos sincera que la comunicación oral. Es igual, sólo que así me permito ordenar mis pensamientos para volcarlos con más claridad.
Tanta interactividad con mis pares me alentó a seguir adelante. Así fue como se me ocurrió festejar el primer cumpleaños de “Relatos cotidianos” comenzando a publicar uno a uno los capítulos de mi libro.
“Soy mamá de un hijo único” jamás fue publicado en papel, pero permitirme exponerlo a quienes quisieran leerlo superó mis expectativas.
La relación generada entre los lectores y yo, es fantástica. Conocer al visitante como la palma de mi mano sin saber dónde vive ni cómo es físicamente convierte este medio en algo sencillamente mágico.
Hoy, después de dos años, este universo sigue sorprendiéndome día a día.
Actualmente desempeño con orgullo varias actividades. Soy esposa, trabajadora, ama de casa y mamá con todas las letras. Puedo ejercer todas ellas con el mismo compromiso aunque no con igual espíritu.
La profesión de madre es la más compleja porque no admite errores. Es indelegable y para ella no hay feriado que valga. Pero a su vez resulta la más gratificante ya que después del arduo trabajo de tantos años podré apreciar perfectamente terminada mi “obra maestra”.
Asimismo sigo disfrutando de mi hobby, escribir. Aunque sea en mis ratos libres. Comunicarme y mantener una relación virtual entre bloggers parece cosa de otro mundo, pero es bien cierta. Estar sola y sentime acompañada a la vez es una realidad a la que no voy a renunciar. Ni por casualidad.
Como buena acuariana que soy despliego a los cuatro vientos todas las características de mi signo. Responsable y malhumorada pero también testaruda y paciente, se que tengo aún una asignatura pendiente… Publicar mi libro.
Fabiana Di Nardo
Fragmentos
del libro
del libro
-La primera recomendación del médico que había firmado el alta fue, que la habitación donde el niño estuviera ubicado quedara libre de polvo. Poco faltaba entonces para plumerear hasta al padre en pos de seguir al pie de la letra sus instrucciones.
En un helado día de otoño, nos instalamos en casa, como si ésta fuera la sucursal de la incubadora. Todas las estufas permanecieron encendidas al máximo hasta la primavera. Y un frasco de desinfectante en aerosol, recibía en la puerta de entrada a las visitas que se acercaban a conocer a «M».
-Ya en vísperas de cumplir mi hijo los 2 añitos, decidí que era el momento adecuado para dejar de ser mamá full time e inscribirlo en una guardería.
A esa altura, ya me consideraba una autómata programada de la mañana a la noche. El bebé se aburría fácilmente y me reclamaba a toda hora que jugara con él.
Cuando le planteé mi ocurrencia al padre, casi me mata. Su NO fue terminante.
Por un momento, supuse que había entendido mal mi propuesta. Yo no pretendía abandonarlo en un internado. Sólo quería que fuera a un jardincito durante tres horitas de morondanga…
-Con el correr de los años, descubrí que el fútbol provoca un efecto hipnótico sobre el espectador. Quizás, para las mujeres, sea un buen momento para hacer uso de la tarjeta de crédito o pedir efectivo a sus maridos, sin que ellos siquiera lo recuerden. Pero mi realidad, es un tanto más incómoda. Porque el hipnotizado no es mi marido, sino mi hijo.
-Insistimos en educarlos para que fundamenten su vida en la dignidad y la honestidad como dos pilares irrevocables con que debe proceder un buen ser humano, pero al mismo tiempo, los cubrimos de información acerca de políticos corruptos, que además ostentan títulos que no tienen y los saturamos de programas de televisión, donde los jóvenes demuestran que no es necesario saber hacer nada para ganar cinco minutos de fama.
Y en medio de todo, quedan nuestros hijos, tratando de esclarecer su confusión, pues, a esa altura suponen que sus padres han vivido equivocados en sus conceptos.
-Suele sostener una taza de café con leche como el más experto y haciendo monigotadas, me indica que uno de sus dedos quedó atascado en el asa.
Se pone a bailar delante de mí con la misma gracia con que lo haría un lobo marino o tímidamente se asoma mostrando su esbeltez con dos pelotas de tenis perfectamente acomodadas a la altura de sus tetillas.
Serio y payaso a la vez, de a poco, está ingresando en lo que familiarmente denominamos la edad del pavo.
-En algún momento de mi vida, había comenzado a preocuparme la falta de ganas de tener un hijo. Ya sea por mandato familiar o social, o simplemente por un deseo personal, todo el mundo quiere tener hijos. Hasta los animales tienen instinto con sus crías. ¿Cómo podía ser que yo no sintiera esa necesidad?
Debí pasar por la horrible e inevitable experiencia de toda mujer. Si no estás de novia, se comenta que quedarás solterona. Una vez conseguido el candidato, el tema es el matrimonio, y ya instalada en él, la duda de los familiares y amistades de los familiares es, si no podrás tener hijitos.
-Una tarea complicada para los primeros días como madre, sin dudas, fue bañarlo. Por suerte, el cordón umbilical lo había perdido estando aún internado. Pero las primeras zambullidas fueron jorobadas.
No cabía la posibilidad de olvidar el jabón o la toalla, ya que era imposible dejar al bebé sumergido en la bañera. De manera que los preparativos previos eran exhaustivos. El agua tenía que estar a una temperatura óptima y para eso, nada mejor que un buen termómetro.
La ceremonia comenzaba bien. Sosteniendo al chico con mi brazo izquierdo (soy zurda), podía enjabonarlo de frente. El inconveniente era invertir su posición para enjabonarle la espaldita. Más de una vez, temí que terminara ahogado.
-Los días de «M», comenzaban con un batallón de vitaminas, que a los niños se les receta preventivamente. Precioso regalo en gotas que, al caer afuera de la boquita del chico dejaba una mancha anaranjada imposible de borrar.
A los 11 meses, le enseñamos el «Feliz cumpleaños» para que aprendiera a soplar la velita cuando cumpliera su primer añito de vida. Para esa época, ya pasaba más tiempo despierto que dormido y decía mamá y papá.
Todo un dulce de leche que frecuentaba el reloj de la mesita de luz; el inodoro; la rejilla; el tacho de basura; la estufa y el horno. El mismo dulce de leche que solía sentarse en el living a saborear la tierra de la maceta y subía y bajaba de la cama en décimas de segundo.
Un bombón que desenrollaba los 74 metros de papel higiénico con inocente soltura, o aquel que se escondía dentro del lavarropas pareciendo más una oruga que un bebé.
El día de su tan esperado cumpleaños, como era de esperar, no fue de lo mejor. Estoy convencida de que los adultos lo disfrutamos mucho más que él. Pero igual logró salirse con la suya. Jamás sopló la velita.
-Yo sabía que cuando los niños comienzan el jardín de infantes, es necesario superar la etapa de adaptación. Es decir, compartir con los papás, el lugar donde deberán luego estar sin ellos para empezar a considerarlo su propio espacio social. Y para eso, ya estaba preparada…
Lo que no imaginé, es que mi propio hijo me haría la vida imposible durante cinco semanas. Sí. Cinco semanas que pasé dentro del establecimiento educativo sin moverme, pues cada vez que el monstruo me perdía de vista, lloraba desconsoladamente.
Cuando los docentes consideraron que ya era tiempo suficiente, pude salir de prisión. Aunque cada día, mi hijo se encargaba de recordarme lo mala madre que era para él, después de izar la bandera y acercarlo a la salita donde lo recibía su «Seño» para despedirme. Entonces se iniciaba la novela de todas las tardes con su terrible llanto, que respondía más a haberse cerrado una puerta sobre los dedos de las manos que a despedirse de mí.
-Claro que para semejante responsabilidad, yo no estaba preparada. Si con «M», no podía moverme para ningún lado, imagínense lo que podía suceder con dos o tres diablitos como él.
La merienda, el pis, la caca, los mocos, las manos pegoteadas tocando todas las paredes de mi precioso hogar. Un chupetín abierto pegado en el mueble de madera o un crayón pisoteado sobre el parquet. Todo lo inimaginable era factible que ocurriera.
Comencé a plantearme seriamente entonces, qué hacer con los vándalos.
Ya me he confesado antes, cuando dije que siempre preferí tener un perro antes que un hijo.
Esta definición, sugiere que carezco de paciencia alguna para con los críos. Si mi intención no era invitar bestiecitas para prolongar las jornadas del jardín en casa… ¿Qué podía hacer para no sentir dolor de estómago y tirar por la borda todo lo que le había enseñado a mi hijo?
-De a poquito, «M», se convirtió en un amante de los deportes y comenzó a interesarse por todo lo que tuviera relación con el fútbol. Por fin, empezó a ver partidos por televisión y a escucharlos por radio.
Consiguió un buen stock de juegos tanto para computadora como para la consola de videojuegos: fútbol internacional, fútbol de la liga argentina, juegos de director técnico. Ni hablar de los juegos de los mundiales de fútbol.
Y hablando de mundiales, no puedo obviar, que más de una vez, he tenido que pactar con él, para retirarlo del colegio y así permitirle ver jugar a nuestra selección.
De más está decir que ha coleccionado los mejores álbumes. De esos que cuentan con unas 600 figuritas a cambio de…nada.
Para perfeccionar su entrenamiento, fundó una sucursal del club entre las cuatro paredes de nuestro departamento. Y utilizando una pelota de goma espuma, dio comienzo a la práctica de jugaditas, pataditas, atajaditas y faltas inventadas, tirándose al piso, agarrándose una pierna como si estuviera dolorido y luego poniéndose de pie rápidamente para sacarse tarjeta roja, haciendo entonces el papel de árbitro.
-Los días de semana, mi chiquito, amanece a las 7.30, con un buen desayuno y el control remoto. Este aparatito le ofrece la posibilidad de navegar por los canales deportivos, sin concederme, al menos, la oportunidad de darle los buenos días.
Automáticamente entonces, apago la radio y me siento a tomar mate, observando como «M», ingresa en la tercera dimensión viendo partidos de la década de los ´80.
Ya al mediodía y con la comida servida, vuelve a ganarme de mano dejando lejos alguna posibilidad de ver el noticiero. Para entonces, se deleita viendo partidos de la liga europea, de la cual conoce a todos los equipos y a casi todos sus respectivos jugadores.
Y a la hora de la cena, intento ganarle de mano, convocando a mi familia a comer, sólo cuando el control se encuentra en mi poder, así me permito, aunque más no sea por cinco miserables minutos, enterarme de las noticias que acontecen en el mundo.
-Desde hace casi 2 años, «M» se atiende con un nuevo pediatra.
La nueva elección nos llevó algunos días. Nos agradó que fuera especialista en las problemáticas de los adolescentes. En cuanto lo conocí, me di cuenta de que es él quien elige a sus pacientes y no los papás al médico de sus hijos. Respetando a rajatabla sus conceptos, mi marido y yo comenzamos a descartar alimentos poco convenientes a cambio de otros algo más nutritivos. Obligamos a «M» a merendar sándwiches que contengan alto grado de proteínas y jugo de naranjas recién exprimido, en lugar de sabrosos alfajores con gaseosa e instrumentamos la política de asesorar a nuestro pequeño hijo, para que durante las consultas, no olvide responder las preguntas del médico mirándolo a los ojos, ni intente hacer alguna acotación fuera de lugar, ni se asome en su consultorio con remeras que contengan mensajes dudosos, y mucho menos, que se ubique en una silla, dejando de pie a alguno de los mayores presentes.
-Un tema tabú por excelencia, es el de la sexualidad.
Sin embargo, mi generación tuvo el privilegio de haber crecido con padres dispuestos a hablar.
Con muchos prejuicios, la mayoría de ellos, ha tenido que abrirse para ofrecernos un mínimo de información, atragantándose más de una vez con la comida.
Por esa vergüenza que percibimos a lo largo de nuestra adolescencia, es que nos propusimos, una vez adultos, que con nuestros propios hijos, la historia fuera diferente.
Hoy, nos consideramos padres modernos, fundamentando la educación en el diálogo e imaginando que no hay preguntas que no puedan ser respondidas.
Por esta causa, es que aún sigo riéndome cada vez que recuerdo el día que mi hijo se acercó al living, donde mi marido y yo charlábamos, y con toda naturalidad pidió saber qué era un espermatozoide. Nosotros también nos atragantamos. No sabíamos qué responderle.
Fabiana Di Nardo
ESTA OBRA QUEDÓ REGISTRADA EN LA DIRECCIÓN NACIONAL DEL DERECHO DE AUTOR EL 16 DE NOVIEMBRE DE 2007
BUENOS AIRES - ARGENTINA
EXPEDIENTE Nº: 618741
FORMULARIO Nº: 145024
No hay comentarios:
Publicar un comentario